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Eulogio Silverio

Prof. Eulogio Silverio

En el marco de nuestro curso de Ética General, hoy  abordaremos la noción de dignidad humana desde las perspectivas de Aristóteles, Tomás de Aquino y Emmanuel Kant. 

Examinaremos la aplicabilidad de sus postulados teóricos en contextos específicos, tales como la vida de individuos con déficit cognitivos severos, personas inmersas en condiciones de pobreza extrema y aquellos que han perpetrado crímenes de gran envergadura como el tráfico de órganos, prostitución infantil, narcotráfico y genocidios.

Nos enfrentamos a la interrogante de si la dignidad constituye una condición inalienable e inherente a todos los seres humanos desde el momento de su nacimiento, o si, por el contrario, esta se presenta de maneras diversas conforme a distintas visiones filosóficas. 

Según Aristóteles, la dignidad es un atributo reservado exclusivamente para aquellos individuos que son «dueños del logos». En cambio Tomás de Aquino, sostiene que la dignidad está en potencia, pues los seres humanos pueden hacerse dignos o convertirse en bestias en función del ejercicio de nuestra libertad. 

Finalmente, Immanuel Kant sostiene que la dignidad es una condición intrínseca e inalienable de todos los seres humanos, por el simple hecho de pertenecer al reino de los fines, dada nuestra condición racional.

¿Qué es la dignidad para Aristoteles?

En la obra de Aristóteles, la dignidad humana como concepto autónomo no recibe un tratamiento explícito. No obstante, su análisis sobre la esclavitud y la naturaleza humana ofrece un contexto adecuado para discutir la cuestión. Según Aristóteles, existen individuos que, al estar dotados de «logos» o razón, poseen la habilidad para el autogobierno y la deliberación ética (Aristóteles, 350 a.C., Libro I). Estas capacidades los distinguen y les asignan una posición más elevada en la estructura social y política.

Sin embargo, el filósofo también aborda la existencia de individuos con capacidades racionales limitadas, quienes, en su visión, están mejor adaptados para roles más subalternos o serviles. Aunque estos individuos no están completamente desprovistos de razón, su uso de ella se circunscribe primordialmente a entender las órdenes de aquellos con una mayor capacidad para la deliberación ética (Aristóteles, 350 a.C., Libro I). Según esta visión, estos individuos son instrumentos sociales, sin un «valor intrínseco» que los proteja contra la instrumentalización.

Aristóteles aborda la cuestión de las diferencias entre hombres y mujeres con base en su comprensión de la naturaleza humana y la estructura social. El filósofo griego argumentaba que aunque algunas mujeres podrían estar dotadas de «logos» o razón, su carácter emocional las hace menos aptas para el autogobierno y la deliberación ética, requiriendo, por tanto, la guía de un hombre (Aristóteles, 350 a.C., Política, Libro I). Este enfoque era congruente con las normas y expectativas de la sociedad griega antigua y debe ser entendido en ese contexto histórico.

Asimismo, Aristóteles sostenía que ciertas categorías de individuos, como mujeres, niños, esclavos y enajenados mentales, no ostentan una capacidad moral plena, a menudo debido a la falta de libertad o autonomía (Aristóteles, 350 a.C., Ética a Nicómaco, Libro V). De este modo, justificaba la esclavitud y la diferenciación de roles sociales como manifestaciones de la «naturaleza humana.» En su perspectiva, la esclavitud era beneficiosa para el esclavo, ya que permitía su integración en una sociedad donde su papel estaba predefinido (Aristóteles, 350 a.C., Política, Libro I).

En resumen, según Aristóteles, la dignidad humana y el valor moral son atributos inherentes a aquellos individuos dotados de razón y capacidad para el juicio moral. Estos individuos, en su visión, están equipados para ejercer su libertad y participar en la vida política y ética de la polis (Aristóteles, 350 a.C., Política, Libro I).

Aristóteles aborda la cuestión de las diferencias entre hombres y mujeres con base en su comprensión de la naturaleza humana y la estructura social. Argumentaba que aunque las mujeres podrían estar dotadas de «logos» o razón, su carácter emocional las hace menos aptas para el autogobierno y la deliberación ética, requiriendo, por tanto, la guía de un hombre (Aristóteles, 350 a.C., Política, Libro I). Este enfoque era congruente con las normas y expectativas de la sociedad griega antigua y debe ser entendido en ese contexto histórico.

Asimismo, Aristóteles sostenía que las mujeres, los niños, los esclavos y los enajenados mentales, no poseían moral, debido a la falta de libertad en el caso de las mujeres y los esclavos y de capacidad racional plena en los casos de los niños y de los enajenados mentales (Aristóteles, 350 a.C., Ética a Nicómaco, Libro V). De este modo, justificaba la esclavitud y la diferenciación de roles sociales como manifestaciones de la «naturaleza humana.» En su perspectiva, la esclavitud era beneficiosa para el esclavo, ya que permitía su integración en una sociedad donde su papel estaba predefinido (Aristóteles, 350 a.C., Política, Libro I).

En resumen, según Aristóteles, la dignidad humana y el valor moral son atributos de aquellos individuos dotados de razón y capacidad para el juicio moral, por estar equipados para ejercer su libertad y participar en la vida política y ética de la polis (Aristóteles, 350 a.C., Política, Libro I).

La dignidad en Tomas de Aquino  

Tomás de Aquino aborda la cuestión de la dignidad humana de manera indirecta, centrándose en la naturaleza intrínseca de la humanidad, la razón y la libertad del albedrío como dones divinos. En su «Summa Theologiae», I, Q. 93, A. 1, Aquino argumenta que el ser humano es «imagen de Dios […] en cuanto tiene libre albedrío y poder sobre sus actos» (Aquino, «Summa Theologiae», I, Q. 93, A. 1). Esto sugiere que la dignidad humana, en principio, se establece por un diseño divino.

Sin embargo, Tomas de Aquino siguiendo las ideas de Aristoteles, afirma que la dignidad está en potencia no en acto. En otras palabras, una persona se hace merecedora de la dignidad recibida cuando utiliza su libertad y razón para actuar virtuosamente. Pero cuando usa esta libertad para el mal, puede llevarlo a la degradación moral, convirtiéndolo, simbólicamente, en una «bestia».

Por lo tanto, aunque la dignidad podría parecer una condición inalienable otorgada por la divinidad, Aquino subraya que es la conducta humana, guiada por el uso del libre albedrío y la razón, la que determina el estado final de esta dignidad. En este sentido, se podría inferir que para Aquino, la dignidad no es absolutamente inalienable, sino que se manifiesta o se deteriora en función de las acciones individuales (Aquino, «Summa Theologiae», I-II, Q. 21, A. 1-4).

Resulta importante valorar el contexto histórico existente en la época de Tomás de Aquino, pues en la estructura social de la Roma antigua, la humanidad se segmentaba en diversas categorías, específicamente en esclavos y hombres libres. Dentro de este último grupo, se efectuaba una subdivisión adicional entre «humilioris» y «honestioris». Durante procesos judiciales, los individuos clasificados como «humilioris» debían enfrentar torturas para que sus declaraciones fueran consideradas veraces, mientras que las palabras de aquellos designados como «honestioris» se aceptaban como verdaderas sin necesidad de métodos coercitivos.

Con el paso del tiempo, pero sobre todo con la irrupción del cristianismos en la cultura de occidente, estos conceptos evolucionaron, por en el Cibao, era muy frecuente afirmar «soy un hombre humilde», lo que por lo general quería decir, que se era pobre, que se poseía una situación social bastante mala. El concepto ha evolucionado tanto que hoy se ha convertido en un motivo de orgullo, para personas de alto perfil social y económico, afirmar que es «un hombre o mujer humilde». Sin embargo, para los romanos, la humildad no era una cualidad honorable. 

Kant afirma que la dignidad es intrínseca e inalienable en el ser humano, por el hecho de pertenecer al «reino de los fines», es decir, por ser seres racionales, lo que nos convierte en legisladores y jueces de nuestra propia moral.

Según él, «En el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad. Aquello que tiene un precio puede ser reemplazado por algo equivalente; en cambio, lo que está por encima de todo precio, y por tanto no admite ningún equivalente, tiene una dignidad» (Kant, I. Fundamentación para la metafísica de las costumbres, Akademie Ausgabe IV, p. 434). 

De ahí se concluye que los seres humanos, incluso nuestra propia persona, son un fin en sí mismos y por tanto no pueden usarse como medio.

Esta afirmación es importante porque, si aplicamos estas nociones de dignidad a casos concretos, como el de personas que poseen déficit cognitivo severo, enfrentamos desafíos éticos considerables. Por ejemplo, en el municipio de Constanza, hay una mujer con déficit cognitivo severo que vive en la calle y que ha tenido nueve hijos. Sus hijos, también viven en situación de calle, hasta que alguna persona caritativa se ocupa de quitárselos y llevarlos a algún centro de acogida.

Este caso plantea preguntas complejas acerca de la dignidad humana, pues una doctora que conozco tenía la noble, pero delicada, idea de esterilizar a esta mujer en el próximo parto para evitar futuros embarazos no deseados y más niños en situación de calle. Le dejé saber que, aunque sus intenciones eran buenas, se estaba adentrando en un territorio delicado que cuestionaba la «dignidad» de esta mujer, si es que aún queda en ella alguna dignidad, en sus condiciones actuales.

Le advertí que si tal acción se llevara a cabo, se podría establecer un precedente peligroso. Imaginemos un escenario donde cada médico, de manera individual, comience a elegir a quien esterilizar basándose en su propio criterio, en lugar de que sea una instancia legislativa establecida para tales fines la que determine estos asuntos.

El peligro de las iniciativas individuales es que cada quien puede tener motivaciones distintas; hoy empezamos a esterilizar las mujeres con déficits cognitivos, para evitar más niños en la calle, y  mañana alguien podría decidir esterilizar a las haitianas inmigrantes ilegales, otros continuaría con las personas con enfermedades transmisibles o incluso podrían aparecer individuos con motivaciones de prejuicios raciales. 

Como se puede ver, de repente podríamos encontrarnos frente a una pendiente resbaladiza que  justifica cualquier causa.

Lo que manda esta situación es preguntarnos si esta mujer, debido a su déficit cognitivo, ha perdido su dignidad y si eso nos autoriza a privarla, sin su consentimiento, de su derecho a reproducirse.

Como podemos ver, nos hallamos ante una problemática de gran complejidad ética. Procedamos, por lo tanto, a examinar las implicaciones que se derivarían al aplicar las teorías de la dignidad según Aristóteles, Tomás de Aquino y Kant, con el objetivo de discernir si éstas pueden ofrecer alguna claridad al asunto.

Según Aristóteles, los individuos que no poseen capacidad racional están desprovistos de dignidad y, como resultado, pueden ser objeto de instrumentalización y tratados como meros objetos. En contraste, Tomás de Aquino argumentaría que, dado que la persona en cuestión no puede ejercer su libertad para el bien o el mal —debido a la falta de conciencia y a su estado mental alterado—, se podría considerar que se encuentra en una condición natural, análoga a la de un ser irracional. Kant, en una línea diferente, sostendría que tal persona no podría ser incluida en el «reino de los fines» debido a su carencia de capacidad racional.

Por lo visto, las teorías filosóficas sobre la dignidad que hemos evaluado en este texto nos llevan a una conclusión incómoda. De modo que la única manera que tenemos para mantener la «dignidad» de esta señora y de todos los que se encuentren en situaciones similares, es despojando al concepto “dignidad” de su carga metafísica y abordar el asunto desde la óptica materialista y establezcamos a través del consenso social, una definición básica de dignidad.

Un caso similar a este es el de la «bebé Theresa», abordado por el profesor James Rachels en su libro «Introducción a la Filosofía Moral». En este caso particular, ocurrido en Miami en 1992, una bebé nació con anencefalia. Los padres de la niña propusieron donar sus órganos antes de que ella falleciera, con el fin de salvar las vidas de otros niños.

Esta situación plantea una cuestión importante respecto a la dignidad humana. Aunque la intención de donar los órganos de la bebé Theresa podría ser interpretada por muchos como un gesto noble y de gran sensibilidad por parte de los padres, también abre un debate de extraordinaria importancia sobre la dignidad de la niña. Esto se debe a que, si ella es una persona con su propia dignidad, sus padres no pueden tratarla como un objeto de su propiedad sobre la que pueden disponer a voluntad para donar sus órganos.

Este caso plantea los mismos problemas que el caso anterior, y por lo tanto, si aplicamos la concepción filosófica de Aristóteles, Tomás de Aquino y de Kant sobre la dignidad, llegarán a la misma conclusión que en el caso previo.

Otros casos que nos llevan a cuestionar la supuesta dignidad intrínseca e inalienable de las personas son aquellos en los que analizamos a individuos que se dedican al tráfico de seres humanos para someterlos a la esclavitud o cometen crímenes como la violación de niños, niñas y adolescentes, así como el tráfico de órganos. Nos preguntamos si: ¿quienes practican estos crímenes siguen siendo dignos o se han convertido en bestias, como ha expresado Tomás de Aquino?

Si aplicamos el canon aristotélico, que identifica la dignidad con la posesión del logos o el uso de la razón, tendríamos que concluir que tales criminales sí conservan su dignidad, ya que Aristóteles nunca asoció el uso del logos con la bondad moral.

Sin embargo, si recurrimos al canon tomista, que vincula la dignidad con el ejercicio de la libertad orientada hacia el bien, entonces estos individuos se habrían convertido en bestias y según este punto de vista, podrían ser objeto de diversas formas de castigo extremo sin que ello suponga una violación de su dignidad.

Finalmente, si aplicamos la concepción kantiana de dignidad a quienes han cometido crímenes considerados horrendos, esto implica la aplicación de un castigo equivalente al delito cometido. Kant defiende una concepción retributiva de la justicia, también conocida como la ley del talión. Según esta perspectiva, tratar al delincuente con dignidad conlleva aplicar una pena que sea equivalente al delito cometido; por ejemplo, quien ha matado debería ser ejecutado como castigo.

Analicemos ahora la situación de dignidad aplicada al caso de las personas en situación de calle, como la señora en Constanza. Siguiendo la metodología anterior, la teoría aristotélica concluiría que ella no mantiene su dignidad debido a su carencia de razón. Tomás de Aquino sostendría que, en su caso, no se puede hablar de dignidad debido a su incapacidad para ejercer su libertad.

No obstante, desde la perspectiva kantiana, que asume que el ser humano es digno simplemente por ser parte del “reino de los fines». Las personas con déficit cognitivo han perdido la capacidad de ser legisladores y jueces de sus propias acciones, y estarían, por lo tanto, excluidos del reino de los fines.

Cuando inicialmente se me invitó a responder a la pregunta ‘¿qué es la dignidad?’, recordé que hace aproximadamente dos décadas, en un libro que escribí sobre “Los problema de la elección moral” a principios de este siglo, definía la dignidad como la capacidad de mantener los valores que considero deseables.

En términos generales, argumenté que la dignidad consiste en la capacidad de mantener los valores que cada individuo considera deseables. Evidentemente, una definición tan abierta permite que cada época histórica, cada grupo social e incluso cada individuo, pueda definir la dignidad según sus propios intereses ideológicos.

Esta perspectiva tan abierta es claramente posmoderna, ya que no presupone una dignidad universal. En cambio, permite que cada individuo defina su propia dignidad en función de sus valores personales. El peligro de esta definición, es que un delincuente, un narcotraficante, un político corrupto, un pastor evangélico, un sacerdote católico, un musulmán o un chino podrían considerarse ‘dignos’ en función de lo que cada uno entienda como valores deseables.

Para mí, los valores deseables no incluyen, evidentemente, el robo ni ningún otro tipo de ‘acto inmoral’. En mi caso, el valor que considero más importante es la libertad. 

Valoro enormemente la libertad de pensar y actuar según mis propios criterios. De hecho, he llegado a sacrificar muchas cosas simplemente porque sentía que, de alguna manera, tendría que renunciar a esa libertad. Por lo tanto, desde mi perspectiva, la dignidad radica en mantener este valor.