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Eulogio Silverio

Prof. Eulogio Silverio

El domingo pasado, tuve la oportunidad excepcional de participar en un coloquio virtual moderado por Anthony Almonte, que se adentró en la compleja cuestión de la «condición humana». Durante esta enriquecedora conversación, se exploró el cuento «La gallina degollada» de Horacio Quiroga, lo que generó una meditación profunda sobre los elementos y singularidades que constituyen nuestra esencia ontológica como seres humanos. Al observar a los participantes, noté que las dimensiones que ellos enfatizaron, provenientes de campos tan diversos como la filosofía, la antropología, la psicología, la sociología y la antropología estaban ausentes en los personajes enajenados del relato.

Lo que aparentemente impulsó a Anthony a formular una incisiva pregunta a los profesores Miguel Ángel Poueriet y Víctor Burgos, para que enumeraran, según su criterio, lo que, en última instancia, nos define como seres humanos.

Esta pregunta generó un palpable interés en los presentes. A continuación, me complace presentarles las ideas más relevantes que emergieron en el transcurso de este coloquio filosófico.

Poueriet ofreció una definición que resaltaba las particularidades que nos diferencian de otras especies animales, en particular de los chimpancés. Subrayó que los seres humanos y los chimpancés comparten un impresionante 98.7% del ADN. Además, los chimpancés, al igual que los humanos, caminan en dos patas en ciertas circunstancias, usan y fabrican herramientas, viven en grandes comunidades, dedican largos períodos al cuidado de sus hijos, son capaces de aprender «lenguajes» (en términos de signos y símbolos), se reconocen en un espejo y poseen la habilidad de resolver problemas complejos. 

Los seres humanos tenemos la singularidad de ser la única especie con un nivel avanzado de cognición. Esta facultad nos permite elaborar conceptos abstractos, efectuar juicios críticos y desarrollar razonamientos de todo tipo. Tal profundidad cognitiva también se refleja en nuestra habilidad única para crear mitos o ficciones, lo que nos lleva a colaborar en grandes grupos, lo que nos permite desarrollar ficciones como las religiones, el dinero, el Estado y los diversos sistemas políticos.

Esta misma capacidad para la abstracción simbólica también nos ha permitido institucionalizar las distintas culturas, evidenciada en complejos sistemas sociales y normativos. En este ámbito, la creatividad humana sobresale, manifestándose en nuestra capacidad para innovar y abordar desafíos futuros de formas tanto prácticas como estéticas. En un plano lingüístico, la complejidad de nuestro lenguaje no solo facilita la transmisión intergeneracional de conocimientos, sino que también nos dota de los medios para comunicar matices de significado y reflexionar sobre nuestra propia existencia.

A lo largo de la historia, hemos manifestado una aptitud sin parangón para la innovación tecnológica, que va desde la creación de herramientas rudimentarias hasta el desarrollo de inteligencias artificiales. Esta habilidad para manipular y adaptarnos a nuestro entorno se complementa con nuestra flexibilidad para habitar en una amplia diversidad de climas y ecosistemas. Nuestros sistemas educativos formalizados y nuestras estructuras legales complejas son extensiones de esta habilidad para adaptarnos y organizar la información.

Finalmente, lo que tal vez sea más notable es nuestra búsqueda intrínseca de un significado más profundo, que nos lleva a explorar cuestiones fundamentales sobre nuestro propio ser y la naturaleza del cosmos. En resumen, operamos en un plano moral y social que supera considerablemente cualquier similitud rudimentaria que podamos tener con otras especies en términos de empatía y cooperación.

En relación a este último punto, hay teóricos que sostienen que otras especies también poseen cultura. Como se mencionó, hay especies que viven en comunidad, siguen patrones de comportamiento específicos y, en ciertos casos, excluyen a los miembros del grupo que no se apegan a dichas “normas». Sin embargo, defender esta hipótesis resulta desafiante, dado que estas reglas no se establecen por medio de la reflexión o el razonamiento, sino que surgen de patrones de comportamiento recurrentes. Hasta la fecha, no existen evidencias que confirmen la presencia de una plena consciencia en dichas especies.

Además, se enfatizó que somos la única especie que forja su propia esencia a través del uso de su libertad. Debemos destacar que esta es una de las características que más nos distingue como seres humanos. No venimos al mundo con una esencia dada y fija, sino que la vamos moldeando con cada decisión tomada y con cada acción que realizamos. Ningún miembro de nuestra especie nace predestinado para ser malo o bueno, pasivo o activo, líder o seguidor. Estas solo son rótulos sociales, que cobran significado a partir de nuestras decisiones y acciones. En este sentido, se concluyó que la esencia del ser humano está en constante transformación. Como bien expresó Sartre, el ser humano es un proyecto que se define en la acción. 

En este interesante diálogo, también intervino el distinguido amigo, Dr. Dustin Muñoz, para subrayar la diferencia entre el natural o biológico y el ser humano, como ente modelado por la cultura. Recalcó que el ser humano, en su papel de ser cultural, ejerce su voluntad y restringe su naturaleza biológica. Ilustró su argumento con la realidad de los caballos en la Zona Colonial. Explicó que, a menudo, observa que cuando estos animales sienten la necesidad de orinar o defecar, lo hacen aunque se encuentren frente a la Catedral Primada de América, simplemente satisfacen su necesidad. Para el caballo, es indiferente si están frente a un lugar “sagrado” o en un establo. 

Sin embargo, cualquier ser humano, formado en la cultura cristiana, reprimirá dichas necesidades y las aplazaría hasta encontrar los espacios que la cultura ha establecido para satisfacer dichas necesidades. 

Edwin Santana, compañero y amigo, que también participaba del diálogo, intervino para plantear la hipotética cuestión de si una inteligencia artificial logra emular la realidad humana, ¿se consideraría humana? ¿Qué sucedería si se crea un nuevo ser con capacidad de autoaprendizaje, de crear y creer en ficciones, de abstracción simbólica, y dotado de emociones, sentimientos y pasiones?

Estas preguntas, que plantean posibilidades hipotéticas fascinantes, despertaron un gran interés. Al parecer entre los participantes, subyace el temor, a menudo alimentado por los dramas de ciencia ficción del cine, de que las máquinas adquieran autoconciencia y decidan que la humanidad limita su libertad o simplemente no actúa de la manera que su lógica considera correcta. A pesar de que somos conscientes de que las máquinas actuales operan mediante algoritmos, que son un conjunto de instrucciones que determinan su reacción ante determinadas condiciones, existen inteligencias artificiales que pueden aprender por sí mismas. Aunque esta idea podría parecer relegada al ámbito de la ficción y el cine, no podemos descartar por completo la posibilidad de que la humanidad alcance lo que se ha llamado la Inteligencia Artificial General (IAG), que se refiere a sistemas de inteligencia artificial que poseen la capacidad de entender, aprender y aplicar conocimientos en diferentes dominios, resolver problemas complejos y realizar tareas que normalmente requerirían inteligencia humana. A diferencia de la Inteligencia Artificial Especializada, que está diseñada para tareas específicas, la IAG tiene la flexibilidad para adaptarse y operar en una variedad de situaciones y contextos.

En el caso de que se logre una IAG que logra emular la conciencia humana, la discusión sobre lo que define a los seres humanos podría volverse aún más intrincada si consideramos estas posibilidades.

Si se llegara a construir una máquina con la capacidad de emular todas las cualidades que consideramos propiamente humanas, ¿acaso ello la dotaría de humanidad? Esta cuestión no solo está abierta a debate, sino que también es profundamente provocativa. Algunos podrían sostener que la ausencia de tejido orgánico —carne y hueso— constituye una diferencia insuperable. Sin embargo, ¿es acaso nuestra biología lo que nos confiere nuestra esencia humana?

Para ponderar esta interrogante, es instructivo considerar que diversas especies exhiben un alto grado de similitud genética con los seres humanos. Por ejemplo, los bonobos y los chimpancés comunes comparten entre un 98 y un 99% de similitud en su ADN con nosotros, mientras que los gorilas y los orangutanes ostentan porcentajes de similitud del 98% y 97%, respectivamente. Incluso los gibones y los perros presentan similitudes del 95% y 84%, respectivamente. 

¿Qué es lo que le quita la humanidad a los zombis?

La Dra. Victoria Veras, quien desempeñó un rol activo en el coloquio, expresó su fascinación por la transformación radical de la percepción de lo qué es humano, en  escenarios distópicos del universo zombis. ¿Cómo es posible que nuestros afectos hacia nuestros seres queridos sufran una metamorfosis tan abrupta y drástica al convertirse ellos en zombis?

En consonancia con el discurso filosófico que se ha venido articulando, me resulta enigmático que nuestro amor hacia una persona a la que brindábamos apoyo justo momentos antes de su deceso pueda transmutar súbitamente en un sentimiento de pavor absoluto. 

Como observadores de estas narrativas ficticias, a menudo arribamos a la misma conclusión pragmática que aquellos que habitan en estos mundos distópicos: que la desvinculación emocional es la conducta más apropiada para sobrevivir. No obstante, me cuestiono si es verdaderamente posible desligarnos con tal celeridad de nuestra esencia humana para actuar en función exclusiva de la supervivencia. En tal contexto, ¿quién es el verdadero desposeído de la humanidad: el superviviente o el zombi?

Estas reflexiones, planteadas por la Dra Veras, desencadenan interrogantes adicionales acerca de lo que realmente nos configura como humanos y de cómo nuestras percepciones y acciones pueden ser moldeadas por situaciones extremas. En última instancia, la definición de lo que significa ser humano es compleja y polifacética, y puede ser complicado precisarla y mucho más en contextos hipotéticos o de ciencia ficción.

En este caso, podríamos afirmar que los zombis han perdido la habilidad para pensar y se han reducido a instintos primitivos. Esto nos lleva a cuestionarnos si deberíamos aplicar el mismo criterio a personajes como los niños de «La gallina degollada» de Horacio Quiroga, en quienes ha desaparecido todo lo que la cultura aporta a la construcción del ser humano.

Según la trama de la historia, los niños tienen el cerebro «fundido». Si justificamos el exterminio de los zombis porque son peligrosos y no razonan, ¿podríamos aplicar este mismo razonamiento con los niños de «La gallina degollada», quienes también carecen de razón y se tornan peligrosos, como se evidencia al final del cuento?

Es importante destacar que el universo de los zombis ha ido evolucionando, y existen obras de ficción como la serie británica «In the Flesh», en la cual Kieren Walker, un adolescente que se suicidó años atrás durante un episodio de depresión, es reanimado durante el brote de zombis. Tras recibir el tratamiento creado para curar el síndrome zombi, intenta reintegrarse en la sociedad y su familia, pero muy pocos están dispuestos a aceptarlo.

En el escenario planteado, en vista de que estos individuos han regresado con las capacidades que hemos postulado definen a nuestra especie, surge la pregunta: ¿siguen siendo humanos aquellos que murieron y fueron reanimados?

Al concluir el coloquio, el debate se centró en la interrogante sobre si ¿los vampiros pueden considerarse humanos o no? De acuerdo con algunas ficciones cinematográficas, un vampiro es un ser humano infectado que, tras su muerte, se reanima como una criatura sedienta de sangre humana, desprovista de inhibiciones morales.

Un aspecto particularmente relevante para nuestro análisis es que el vampiro vuelve a la vida manteniendo, e incluso potenciando, sus capacidades cognitivas. Algunos argumentan que este hecho de contar con habilidades cognitivas superiores es parte fundamental de lo que le quita humanidad. Un caso paralelo se plantea en la película «X-Men», donde los mutantes, humanos con superpoderes, son considerados una especie aparte, en gran parte debido al riesgo inherente a coexistir y compartir espacio con una especie que las instituciones humanas son incapaces de controlar.

En el caso de los vampiros, su “naturaleza” desenfrenada, marcada por el instinto de consumir sangre humana y la ausencia de límites morales, es lo que, en esencia, despoja a estas criaturas de su humanidad. Sin embargo, al igual que en el universo zombie, existen vampiros que son representados en escenarios donde han encontrado formas alternativas de sustentarse, evitando la sangre humana.

Un ejemplo notable es la saga cinematográfica «Blade», en la que el protagonista, un vampiro, que logra controlar su sed de sangre a través de un suero, lucha junto a los humanos contra la amenaza vampírica. A la luz de esta ficción, nos cuestionamos: ¿podría considerarse a Blade aún humano?

Como se puede apreciar, queridos amigos y amigas, la discusión sobre lo qué define lo que es humano sigue vigente y, al parecer, continuará siéndolo durante un tiempo considerable.